jueves, 17 de septiembre de 2009






Una campaña nacional de concientización que permita despertar a quienes son engañados por la mayoría de los medios de difusión que están al servicio a la mafia del poder. Eso propuso Andrés Manuel López Obrador la noche del 15 de septiembre, un esfuerzo por hacer llegar a la engañada clase media el mensaje del movimiento que no ha parado desde 2006, y eso estaremos haciendo.

En esta ocasión les presento tres fotografías -obtenidas luchando contra la lluvia y los paraguas- no tan buenas como quisiera, pero testimonio de esa noche:

"Gracias, muchas gracias, por su dignidad, por su rebeldía, por su perseverancia, por su terquedad, por su necedad de no venderse.

Muchas gracias, amigas y amigos."*

*AMLO



-Ashel Chikitrapo

http://www.gobiernolegitimo.org.mx/camp_nacional/
http://www.amlo.org.mx/noticias/comunicados.html?id=78565

viernes, 11 de septiembre de 2009

Jacinta Somos Tod@s


A poco más de una semana de escuchar una nueva resolución de su caso se encuentra Doña Jacinta, probablemente por fin pueda ser libre otra vez. En esto se queda pensando largo rato, al menos eso imagina, al darle la noticia, el defensor que el Centro Miguel Agustín Pro le asignó.
Sin embargo, probablemente Jacinta esté pensando en don Memo y Estela, quizá por eso se le comienza a dibujar una sonrisa en los labios, misma que desaparece cuando se advierte en su rostro el pesar del tiempo perdido; tiempo de sus hijos, su familia, su casa.
Cómo podría imaginar Doña Jacinta que cuatro días después en la Cámara de Diputados, se haría un llamado prácticamente unánime -según los periódicos- en el que sólo falto el Partido Verde; a pesar de que en algún momento Jorge González Torres, su fundador, se las dio de indigenista. El exhorto sería a la Procuraduría General de la República para que presente lo más pronto posible, las conclusiones no acusatorias para que Jacinta pueda regresar a Santiago Mexquititlán, junto con Teresa y Alberta, las otras dos indígenas que purgan la misma condena, pero con menos fama que Doña Jacinta.
Los días siguen pasando, el mismo dolor de no estar con los suyos, la misma certeza de ser ridículamente inocente que le evita los malos tratos de parte de sus custodias, el recuerdo de las procesiones religiosas a las que ella convocaba, la misma satisfacción de saber que cuando estuvo en libertad pudo visitar enfermos y moribundos. Ella ya sabe que su jardín está reseco, porque las plantas la extrañan, se lo pudo haber comentado su hija Estela, lo puede simplemente saber porque sí.
Parece ayer cuando todo lo que le ocurrió se veía simplemente como un sueño, pero hasta el día de hoy, eso es lo que sigue pareciendo, que está ahí, encerrada, nada más por un mal sueño.
En esas se encuentra Jacinta cuando recuerda apenada la promesa que le hizo a un amigo periodista, llamado Ricardo, ella le prometió que cuando saliera libre le iba a invitar unos nopales bien sabrosos y si alcanzaba, hasta pollo. Es esta anécdota la que pone de mejor humor a Jacinta, mientras está sentada frente a la máquina en el taller de costura donde hace estuches de tela acolchonados. Algo la sigue molestando, quizá ese sentimiento de impotencia que nunca puede expresar del todo en el español que aprendió a hablar apenas hace tres años.
No es para menos, aquel domingo era uno como todos, semana a semana Jacinta estaba dedicada a vender sus aguas frescas en el tianguis, hecho que no le impidió entrar a la iglesia antes de la última campanada. Al salir de misa, escuchó a la gente hablar de unos señores que venían a llevarse unos discos –piratas, después declararían los mercenarios-, ella no hizo mucho caso, siguió su camino de vuelta hacia su puesto.
Al poco rato, Jacinta dejó de esperar a su esposo, al ver llegar a una de sus hijas le pidió le hiciera compañía rumbo a la farmacia, porque a ella le daba pena ser inyectada. Después de la inyección, Jacinta vio pasar a un señor rodeado de muchas personas, todas hablando de nueva cuenta de los discos.

Era la tarde del 26 de marzo de 2006, seis sujetos sin uniforme, pero con toda la facha y la prepotencia que sólo un policía judicial puede tener, se aproximaban al centro de Santiago Mexquititlán. Con esa deformación humana que provocan las armas, los agentes comenzaron a decomisar mercancía del tianguis local. Aquello parecía más un robo a mano armada.
Así transcurrían las cosas. Por supuesto que la tensión empezó a aumentar, hasta que a algún osado, de esos que conocen un poquito sus derechos, se le ocurrió preguntar por una orden para llevar a cabo tal decomiso. La orden por razones obvias no existía.
Los lugareños ya habían vivido antes esta situación, pero hasta ese día sintieron una unión que de un momento a otro los había hecho fuertes, los dominantes en la historia. Se dice que cuando la impunidad se destroza violentamente, es porque la justicia ha estado ausente desde mucho tiempo atrás.
Así debió haber sido aquel día, tanto que el licenciado Gerardo Cruz Bedolla, agente del Ministerio Público con sede en San Juan del Río, Querétaro y el jefe regional de la Agencia Federal de Investigaciones –corporación a la que pertenecían los 6 saqueadores- Omar Evaristo Vega Leyva, se aparecieron en el lugar.
Ante el descontento de los comerciantes y pobladores, estos dos personajes hicieron la promesa de reparar el daño. Se llevaron a cinco de los ya no tan prepotentes agentes, dejaron uno en garantía. A las tres horas regresaron, pero acompañados de, igualmente indefensos y vulnerables, policías de otras corporaciones.
Con ellos venía un fotoperiodista del diario Noticias de Querétaro, él tomó una fotografía en la que apareció, capturada mientras echaba un vistazo a la rara situación, Doña Jacinta.

Lo anterior ocurrió en marzo del año 2006. Una tarde, cinco meses después, unas personas andaban buscando a Jacinta, le dijeron que los acompañara para declarar acerca de la poda de árbol. Sin que su rostro mostrara entendimiento alguno de la situación fue subida a un vehículo oficial que la llevó a la ciudad de Querétaro, donde se le acusaba del secuestro de 6 agentes federales armados. Ella, una mujer de ahora 46 años, fue sentenciada a 21 años de prisión, junto a Teresa y Alberta, en un juicio llevado a cabo con exagerada, sospechosa y grotesca prontitud, además de ser efectuado en el español que en ese entonces ella no hablaba.

Posiblemente esto esté recordando Jacinta cuando se le endurece la expresión, sin embargo, inmediatamente se le comienza a dibujar una sonrisa en los labios, quizá porque alguien ya se lo comentó o porque simplemente lo sabe; Jacinta somos todos.

-Axel Velázquez Yáñez